Tal día como hoy los nervios estaban a flor de piel, los sentires eran más profundos y los suspiros eran frecuentes. No es de mal mujer decir, que me daba miedo aquella situación. Estábamos aferrados el uno al otro con abrazos oso, con arrumacos todas las mañanas, mirándonos a los ojos, sintiendo las ganas de que llegara el momento , sabiendo que todo lo que habíamos soñado cuando nos conocimos pasaría a ser real y no una ficción creada en nuestras cabezas.
El verano se acercaba y los calores eran más frecuentes. Sentías que todo te sobraba, las camisetas de manga corta, de nada servían, los pantalones cortos ya eran una prenda de costumbre, el helado apetecía como el comer y no había razón para no echarse a la boca uno.
Dentro de mí, surcaban sentimientos que no podía comprender, los recuerdos se apelotonaron ahí en mi mente con la ilusión de los momentos más dulces que habíamos compartido. Tenía que ir a comprar el vestido, aunque finalmente decidí que me lo arreglara una costurera. Con que me ahorraría un buen pico. Aunque la decisión de comprar el vestido y cual debía ser, era algo que se solía hacer con la familia, a mí me tocó hacerlo sola. Elegir restaurante, lo hicimos entre los dos y más adelante hubo desajustes que no desearía a ninguna novia pero finalmente vino con antelación la familia con casi todo hecho.
Me sentía la mujer más afortunada porque a pesar de la distancia, hubieran viajado para algo tan importante para mí. Aun con todos los malos entendidos con algunos de la familia, hubieran decidido compartir su tiempo con nosotros. Aunque mi madre finalmente, agüara la ilusión por que todo saliera bien. No se lo deseo a ninguna novia. No se lo deseo ni a mi peor enemigo por que el desazón que yo sentí con todo aquello, el vestido, el convite y la celebración, tiempo después consiguió hacerme creer que todo lo hacemos mal.
Mientras ella estuvo en nuestra casa, todo se hizo a su manera, es algo que odio profundamente de ella, y que por tener la fiesta en paz tuve que morderme la lengua.
Lo que más recuerdo es la cara de mi futuro marido al llegar al ayuntamiento. Había conseguido con creces no enseñarle el vestido y que me viera por un día, la mujer más hermosa en todas sus versiones. Habíamos reído, llorado, nos habíamos tirado cosas, nos habíamos hinchado a gritar pero hubo cariño, hubo devoción el uno por el otro, y aunque nos costó ponernos de acuerdo por culpa de mi madre, me tranquilizó y supo hacerme ver que lo que importaba éramos nosotros.